jueves, 29 de septiembre de 2016

Juegos a la hora de la siesta

El miedo los atropelló sin dejarles capacidad de reacción.
Los dos se habían cerrado a todo, la nada fue su única conexión. El trabajo, la cotidianeidad, las situaciones particulares los alejaban, cada día más. Ya no había espacio para que se descubrieran.
Una tarde, rara gris inapropiada, esos momentos después del almuerzo, en los cuales, la fiaca se mezcla con el no sé qué, los dos, ¿sin saberlo? tuvieron la misma intención.
Después de un café, cada uno en su casa, recostados en un sillón, unos minutos de relax antes de volver a trabajar. Cerraron los ojos. Dejaron que sus cuerpos hablaran por ellos.
Ahí estaban, el uno con el otro, escape íntimo. Bastó el roce de manos, el primer beso, para sentir lo que jamás se habían permitido.
Melodía de seres ardientes.
Mirarse en la profundidad de la esencia, converger en la sensibilidad, extasiarse en la carne.
Ternura, excitación, ritmos alocados, sonoridad, lentitud para sujetar, explorar, gemir, suplicar, adivinar, escabullirse para retomar. Reunirse en la misma fantasía.

La tensión les hizo abrir los ojos. El deseo los invitó a pararse. El amor les mostró la puerta. Parados, cada uno en su casa, se miraron, no hicieron falta las palabras. Solo era cuestión de dar ese primer paso para no poder soltarse más. 

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