El miedo los atropelló sin dejarles capacidad de reacción.
Los dos se habían cerrado a todo, la nada fue su única
conexión. El trabajo, la cotidianeidad, las situaciones particulares los
alejaban, cada día más. Ya no había espacio para que se descubrieran.
Una tarde, rara gris inapropiada, esos momentos después del
almuerzo, en los cuales, la fiaca se mezcla con el no sé qué, los dos, ¿sin
saberlo? tuvieron la misma intención.
Después de un café, cada uno en su casa, recostados en un
sillón, unos minutos de relax antes de volver a trabajar. Cerraron los ojos.
Dejaron que sus cuerpos hablaran por ellos.
Ahí estaban, el uno con el otro, escape íntimo. Bastó el
roce de manos, el primer beso, para sentir lo que jamás se habían permitido.
Melodía de seres ardientes.
Mirarse en la profundidad de la esencia, converger en la sensibilidad,
extasiarse en la carne.
Ternura, excitación, ritmos alocados, sonoridad, lentitud
para sujetar, explorar, gemir, suplicar, adivinar, escabullirse para retomar. Reunirse
en la misma fantasía.
La tensión les hizo abrir los ojos. El deseo los invitó a
pararse. El amor les mostró la puerta. Parados, cada uno en su casa, se
miraron, no hicieron falta las palabras. Solo era cuestión de dar ese primer
paso para no poder soltarse más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario