Un
cigarrillo colgado de mis labios y un perfume. Ese perfume. La lluvia sólo
logra que te extrañe más. Apenas me dejaste, cerré los ojos y antes de que las
sensaciones desaparecieran de mi cuerpo, intenté guardarlas en mí intactas.
Sabía que no iba a durar mucho, éramos lo que suelen llamar un encuentro
prohibido, equivocado. Único.
Tus dedos
largos y ágiles recorrieron mis formas una y otra vez, enloqueciendo mis
instintos más ocultos, ignorados. Más, más. No me reconocía suplicando no te detengas,
quiero conocerme, descubrir los secretos salvajes, dormidos todos estos años.
Mujer
recatada, ciudadana honorífica, estudiante perfecta. Amante de cuarta, hasta
que te vi frente a mí, en el subte. Siempre pensé que en ese lugar oscuro, bajo
tierra, convivían espíritus defectuosos. El calor agobiante hacía que tu frente
estuviera húmeda, igual que mis entrepiernas, sólo por mirarte. No distinguía
nada. Tus ojos color hierba, tus manos. Desabrochaste tu camisa y me invitaste,
sin hablar, a que te siguiera. Recorrimos el andén, subimos las escaleras. Ni
siquiera pude reaccionar al impacto del sol sobre el asfalto. Te seguí. Ardía.
El olor a
frito del bar y la suciedad no me hicieron frenar. Llegamos a un amplio salón
deshabitado y a los baños. El olor a desinfectante barato me dio una arcada. No
podía descomponerme, quería terminar. Otra puerta, la abriste, me tomaste de la
mano.
Parada,
enfrenté tu mirada, eras tan especial. No me acuerdo quién le sacó la ropa
primero a quién. Ese cuarto oscuro. Latas, cajones, frascos grasientos.
Me besaste
lentamente, usando tu lengua me enloqueciste. No sabía qué hacer, me sentía una
inexperta ante tanto talento. Casi sin espacio. Mi manía de la perfección se
había disuelto y mi vergüenza temo si algún día existió.
Calor
sofocante. Escándalo. Ritual esotérico, culpas escondidas. Ritmo deseado,
respiración acompasada, orgasmo infinito.
Te escuché
decir, sos divina.
Te ví
vestirte y cerrar la puerta.
Me quedé
sola entre olores nauseabundos. Desprotegida y extasiada. Me vestí lentamente, vi
mi rostro en el espejo manchado. Me maquillé. Rouge, rimmel. Damas.
Lo único
que me dijiste fue tu nombre.
Yo también
me llamo María.
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