sábado, 3 de septiembre de 2016

Yo también

            Un cigarrillo colgado de mis labios y un perfume. Ese perfume. La lluvia sólo logra que te extrañe más. Apenas me dejaste, cerré los ojos y antes de que las sensaciones desaparecieran de mi cuerpo, intenté guardarlas en mí intactas. Sabía que no iba a durar mucho, éramos lo que suelen llamar un encuentro prohibido, equivocado. Único.
Tus dedos largos y ágiles recorrieron mis formas una y otra vez, enloqueciendo mis instintos más ocultos, ignorados. Más, más. No me reconocía suplicando no te detengas, quiero conocerme, descubrir los secretos salvajes, dormidos todos estos años.
Mujer recatada, ciudadana honorífica, estudiante perfecta. Amante de cuarta, hasta que te vi frente a mí, en el subte. Siempre pensé que en ese lugar oscuro, bajo tierra, convivían espíritus defectuosos. El calor agobiante hacía que tu frente estuviera húmeda, igual que mis entrepiernas, sólo por mirarte. No distinguía nada. Tus ojos color hierba, tus manos. Desabrochaste tu camisa y me invitaste, sin hablar, a que te siguiera. Recorrimos el andén, subimos las escaleras. Ni siquiera pude reaccionar al impacto del sol sobre el asfalto. Te seguí. Ardía.
El olor a frito del bar y la suciedad no me hicieron frenar. Llegamos a un amplio salón deshabitado y a los baños. El olor a desinfectante barato me dio una arcada. No podía descomponerme, quería terminar. Otra puerta, la abriste, me tomaste de la mano.
Parada, enfrenté tu mirada, eras tan especial. No me acuerdo quién le sacó la ropa primero a quién. Ese cuarto oscuro. Latas, cajones, frascos grasientos.
Me besaste lentamente, usando tu lengua me enloqueciste. No sabía qué hacer, me sentía una inexperta ante tanto talento. Casi sin espacio. Mi manía de la perfección se había disuelto y mi vergüenza temo si algún día existió.
Calor sofocante. Escándalo. Ritual esotérico, culpas escondidas. Ritmo deseado, respiración acompasada, orgasmo infinito.
Te escuché decir, sos divina.
Te ví vestirte y cerrar la puerta.
Me quedé sola entre olores nauseabundos. Desprotegida y extasiada. Me vestí lentamente, vi mi rostro en el espejo manchado. Me maquillé. Rouge, rimmel. Damas.
Lo único que me dijiste fue tu nombre.
Yo también me llamo María.
                                                                                                               

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