jueves, 8 de septiembre de 2016

Fragmento de mi novela "Infierno en la Tierra, Piruetas en el Cielo"

La lluvia le salpicaba la cara a través de la abertura; su cuerpo desnudo tenía piel de gallina por el deseo ferviente que la atormentaba y el aparato, entre sus manos que la hacía delirar. No tanto, por saber qué hacía la vieja con semejante instrumento, sino para verificar por sí misma, qué era realmente, cómo funcionaba, si se sentía algo, si las vibraciones dañaban esa tela mágica. A pesar de sus ruegos, llantos y recuerdos, era dramáticamente virgen. Nada había traspasado ese pasaje,
oscuro, pegajoso e intacto. Solo sus dedos tímidamente lo habían investigado pero sin llegar muy adentro.

Miró su imagen desnuda en el espejo del placard, no estaba nada mal; flaca pero eso le daba un aire fantasmal bastante agradable. La piel tersa y blanca le hacía juego con el pelo negro y brilloso. Sus ojos cada vez estaban más celestes y sus piernas delgadas y largas le daban buena figura. Sus pechos no eran pequeños, tampoco grandes, justo el tamaño exacto para una mano masculina. Sus pies con dedos machucados de tanto andar en alpargatas y las manos, ni hablar, se les notaba el uso de la lavandina y los detergentes. Ese instrumento seguía adherido a su palma derecha, no se lo podía despegar. Al final se animó y lo encendió, el cosquilleo le traspasó la piel hasta sentirlo por todo el
cuerpo. Mirándose al espejo, lo acomodó debajo de su piernas, justo, exactamente donde debía ubicarlo. Empezó a subirlo sin dejar de ver la imagen de ella con las piernas abiertas y ese especie de pequeño tren que iba a meterse en la cueva, y atrás la imagen de la vieja, totalmente alcoholizada y dormida. Cuando estuvo a punto de introducirlo, volvió a mirarse, volvió a mirar a la vieja. Miró el aparato, la vieja, el aparato de la vieja, la vieja aparato. No quiero ser igual que ella. Lo tiró en el
baúl. Somos tan diferentes. ¿Somos diferentes?
Decidió tomar un baño.

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