sábado, 16 de diciembre de 2017

Levantó los brazos, deslizó su enagua de seda, la que delineó su figura.
La suavidad se deslizó por sus muslos.
Descalza, se dejó llevar por la música que sonaba, aparentemente, no muy lejos de ahí.
Abandonó su cuerpo para ser solo danza.
Inevitablemente, pensó en él. Lo invitaría a unirse a la melodía hasta dejarse atrapar.
Apenas lo percibía. No tenía rostro. Era un él, sin nombre. Un él, desconocido.
Era su ferviente deseo, de un él real, verdadero.

Él para ella y ella para él. Dos rotos en armonía.

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